Elivyän
se acercó despacio. No apartó la mirada de Eolion mientras ella se alejaba sin
volverse a mirarnos ni una sola vez, me
dio un par de golpes amistosos sobre el hombro y aprovechó para empujarme
ligeramente.
-
Es hora de ponerse en camino.
Tenia razón, había llegado el momento de seguir adelante y así lo hicimos. Bajamos por el camino empedrado que descendía desde las puertas del sur de la ciudad hasta el valle del Albar. El cielo estaba parcialmente encapotado por oscuros nubarrones que barruntaban tormenta, corría una ligera brisa fresca con aroma a tierra mojada y de cuando en cuando podía escucharse el sonido apagado de algún trueno lejano.
Avanzamos hacia la orilla, donde se formaba un pequeño remanso de aguas tan claras que podía verse con claridad el lecho del rio, de orillas de fina y blanca arena.
Unos
metros mas abajo, un puente de piedra de tres arcos lo cruzaba hasta el otro
lado del camino internándose en el espeso bosque. Junto a la pequeña playa se
extendía una zona de hierba baja en la que varias familias de medianos habían
acampado formando una media luna con sus carretas. A juzgar por el campamento
que tenían montando, debían de llevar allí varios días, quizá más de una
dekhana.
Era
temprano, pero aun así, el campamento bullía de vida. Las mujeres más mayores
estaban reunidas junto al fuego, charlaban animadas mientras preparaban el
desayuno. Según pude observar había huevos, tortas de maíz, tocino frito y dos
cantarillas de leche de cabra. Las más jóvenes se encargaban de los niños, de
alimentar y ordeñar las cabras y de recoger los huevos de la media docena de
gallinas que transportaban en una pequeña carreta que habían convertido en
jaula. Los hombres por su parte se encargaban de las mulas, de la caza y por
supuesto, de negociar con los viajeros que pudieran cruzarse en su camino.
Me
sorprendió bastante encontrar una caravana de medianos en la que además hubiera
mujeres y niños, aunque si bien era cierto que las familias medianas tenían tendencia
a ser nómadas, siempre había pensado que los aventureros medianos acostumbraban
a dejar sus familias atrás; abandonar sus aldeas y echarse al camino en busca
de aventuras.
Quizá
por su tamaño de no más de tres pies de altura y su peso entre 30 y 35 kg, esta
raza había desarrollado la capacidad de llevarse bien con todas las demás,
aunque su espíritu aventurero les llevara a buscar aventuras casi siempre en
solitario. Oportunistas, listos y competentes. Preferian los problemas antes
que el aburrimiento, motivo por el cual el
resto de las razas suele mirarlos con desconfianza, aunque a su manera suelen
ser gente honrada.
Se
dice que no conocen el miedo y poseen una notoria curiosidad. También que les
gusta disfrutar de los placeres y de las riquezas, que gastan con la misma
alegría con que las ganan. Los medianos tienen fama de coleccionistas, les
gusta reunir todo tipo de objetos, cuanto mas raros y antiguos, mejor. Esta
práctica les hace poseer objetos muy valiosos, desde insignificantes materiales
para tramperos o abalorios con supuestos poderes, hasta las armas más extravagantes y poderosas
de todo el reino, que utilizan para comerciar sacando el mayor provecho de
ellas.
Como era de esperar, según nos acercábamos al campamento uno de los medianos se acercó a nosotros. Instintivamente llevé la mano hasta los cierres de mi mochila, di un tirón suave de las correas de cuero para comprobar que estaban bien cerradas y aun así tiré suavemente de ella hasta colocármela debajo del brazo. El mediano, que avanzaba hacia nosotros con una sonrisa afable dibujada en su rostro, no cambio el gesto; tan solo desvió por un segundo la mirada hacia mi bolsa y un destello de picardía casi imperceptible asomó a sus ojos. Tendió su mano hacia Elivyän, después saludó a Arhavir y por ultimo a mí.
-
Saludos caballeros –dijo, sonriendo mientras me oprimía la mano.
Me
sorprendió la fuerza con la que apretaba mi mano, supongo que esperaba menos presión
de una mano casi tan pequeña como la de un niño. Saludé con una leve
inclinación de la cabeza al tiempo que apretaba la bolsa contra mi cuerpo. No sabía
si era cierto, pero los medianos tenían fama de ser muy hábiles con las manos
en cuanto a “tomar prestados” los objetos ajenos.
-
Hemos visto el campamento cuando bajábamos de la ciudad. Nos
preguntábamos si tendrías alguna mercancía que pueda interesarnos –el mediano
miró hacia Elivyän al tiempo que soltaba mi mano.
-
Sin duda podremos llegar a un acuerdo; siempre es agradable
tener con quien comerciar, mucho más si
es con caballeros como vosotros –los ojillos del mediano se iluminaron al
contemplar la abultada bolsa que el elfo sostenía sobre su mano-… Pero antes de
hablar de negocios, permitidme que os ofrezca un buen vaso de leche recién
ordeñada y si gustáis compartiremos también las viandas. Seguidme.
-
Os estamos agradecidos por vuestra generosidad –contestó el elfo
mientras seguíamos al mediano unos pasos por detrás.
-
Mi nombre es Frogrin, de
la familia Hinkíley –dijo con orgullo mientras avanzábamos hacia una
improvisada mesa en la que se habían acomodado los demás medianos del
campamento, que charlaban animadamente mientras compartían el desayuno.
-
Yo soy Elivyän de la familia Ancaitar, él es Valine de la
familia Kelter y el muchacho es Arhavir de
la familia… bueno, lo cierto es que no se si tiene familia –dijo mientras
miraba al muchacho, encogiendo los hombros. Luego se giró hacia mí con una
sonrisa pícara dibujada en su rostro. Sólo pude mirar hacia otro lado para que
el joven elfo no me viera sonreír.
Llegamos
hasta la mesa y ocupamos los sitios que quedaban libres. A mi derecha se sentó
Arhavir, a Elivyän le toco sentarse frente a mi, junto a Frogrin y otro joven
que se identificó como Sorin. A mi izquierda había un anciano que durante el
comienzo del desayuno no soltó una sola palabra, pero cuando ya empezaba a
pensar que debía de estar sordo o mudo, me miró a los ojos y después de un rato
de escrutar con parsimonia mi rostro por fin se dirigió a mí.
-
Puede que engañes a mis hijos o a mis nietos, pero yo soy muy
anciano y he vivido mucho, he recorrido casi todo el reino, luchando, bebiendo,
compartiendo aventuras, e incluso mujeres con muchos guerreros. A mí no me
engañas muchacho. Sé muy bien lo que eres.
Me
sorprendió el comentario del anciano, supongo que durante el tiempo que se
mantuvo callado lo que hizo fue analizarnos a cada uno de nosotros. No sabía a
qué se refería con lo de engañar a su familia, no pretendía engañar a nadie.
Pero tampoco le iba a contar a un grupo de desconocidos quién era yo, o lo que
se esperaba de mí. Por otro lado, podría ser que el anciano tan solo desvariase
y yo empezara a estar un poco paranoico.
-
¿A qué te refieres, anciano?
-
A que no eres un humano corriente. Eres muy joven, pero en tus
ojos se adivina que ya has vivido mucho más de lo que deberías. Hay pesar y
muchas dudas en ellos.
-
¿Cuántos años tienes, Roidri?
-
Cumpliré 137 años la próxima dekhana –contestó el anciano-;
demasiados incluso para mi raza, aunque algunos medianos han llegado a cumplir
los 150 –dijo mientras estiraba su espalda en el intento de adoptar una pose
solemne con la que impresionarme.
-
Pareces más joven –me mostré sorprendido y él se relajó orgulloso
de sí mismo, sonriendo como un niño con un juguete nuevo.
-
Me gustas, muchacho –me regaló una sonrisa falta de algunas
piezas dentales-, ¿quieres saber algo, Valine de la familia Kelter? –No me dio
tiempo a responder- Hace muchos años, cuando yo era tan sólo un muchacho de tu
edad, no contaría con más de 23 o 24 años… –se detuvo para dar un sorbo de su
taza de leche- conocí a una mujer muy hermosa.
En
ese momento me di cuenta de que aquel anciano se disponía a contarme su vida,
pero no me pareció prudente cortarle. Así pues me harté de paciencia y me
acomodé para escuchar su relato.
-
Su belleza obnubilaba; incluso los caballeros mas experimentados
en el arte de la seducción, cayeron rendidos a sus encantos. Guerreros, condes,
duques o marqueses e incluso príncipes. Era una mujer de piel tostada e
intensos ojos verdes, trenzaba su larga melena dorada con pequeñas flores
blancas. Vestía su hermoso cuerpo con las sedas más livianas bordadas con hilo
de oro. Cuando caminaba parecía flotar sobre una nube. Era la mujer más bella que
jamás habían contemplado mis ojos. Y como todos los hombres que tenían la dicha
o la desdicha de cruzarse con ella, me enamoré nada más contemplarla.
Apuró
la leche que quedaba en su taza y después la extendió hacia uno de los medianos
que había sentado frente a nosotros. Dio un golpe con la taza sobre la mesa y
el hombrecillo volvió a llenársela. Bebió un lago sorbo, carraspeó para aclarar
su garganta y siguió hablando.
-
Aquella preciosa mujer se hacia llamar Norell de Valthiê, que en común significa
venida del Norte, concretamente de Valthiê, en la cordillera Trosenhofh.
Se detuvo y me miró
directamente a los ojos esperando una reacción por mi parte. No sé cómo
conseguí controlarme, pero lo hice. Después de unos segundos observándome,
decidió seguir con el relato.
-
Por aquel entonces yo era un joven de pocos recursos pero de
corazón valiente y aventurero. Aquel día había salido al bosque que circundaba
la ciudad de Joba, pues conocía un claro cercano con un río por el que
ascendían los salmones en aquella época del año y resultaba fácil incluso para
un joven y torpe mediano hacerse con una buena pieza que me diera de comer e
incluso de cenar. En eso estaba cuando la vi aparecer entre los árboles. No
podía dar crédito a lo que estaba contemplando.
Parecía un ser sobrenatural, como ya te he dicho antes. Parecía flotar
por encima del suelo como si la misma tierra no quisiera manchar sus ropas. Se
acercó a mí, sonriendo. En ese momento estaba seguro de estar soñando –bebió un
trago de la leche y después se puso en pie-. Un segundo, tengo que aliviar mi
anciano cuerpo. No te vayas, que vuelvo en un momento –se alejó caminando
despacio, ayudado por un pequeño bastón de madera. Dejé de verlo tras unos
espesos matorrales.
-
¿Qué te cuenta el anciano? –Elivyän sonreía desde el otro lado
de la mesa con cara de burla- Sí que le has caído bien… Ten cuidado, nunca se
sabe de qué pie cojean –soltó una risotada estruendosa a la que muy a mi pesar
respondí con cara de fastidio.
-
Aventuras amorosas –le contesté, intentando que el elfo no se diera
cuenta de que me no me apetecía nada escuchar las historias del anciano. Sólo
me faltaba aguantar los comentarios graciosos que vendrían después.
Elivyän
me hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia los matorrales: el anciano
regresaba abrochando aún los botones de su pantalón. Hice un gesto de desagrado
y él volvió a reír a carcajadas mientras se enfrascaba de nuevo en su
negociación con Frogrin. El anciano volvió a sentarse en su silla. Carraspeó de
nuevo.
-
Uhmm… Sí, como te iba diciendo. Se acercó a mí, recogió con
cuidado su falda y se sentó a mi lado sin mediar palabra. Paso un rato allí
sentada junto a mí, mojándose los pies y dibujando pequeños círculos con ellos en
el agua cristalina del río. Y por fin se dirigió a mí, su voz sonaba como una
dulce melodía.
-
¿Puedo
confiar en ti, hin Roidri?
-
Podéis, mi
señora.
-
Hasta hace
poco tiempo creí ser la última de mi estirpe. Pensaba que conmigo acabaría mi
linaje, pero estaba equivocada. Hay otro descendiente y necesito encontrarlo.
Tú eres mi última esperanza, hin Roidri.
-
¿Cómo
habéis sabido que soy un hin?
-
No sólo
eres un hin. Puedo ver la señal de mi protector en tu frente.
-
En ese momento me vi reflejado en el agua del rio, no había
ninguna señal en mi frente; ella alargó su mano hacia la misma y la rozó con el
dedo índice, una runa dorada se iluminó durante el tiempo en que ella mantuvo
la yema de su dedo sobre mi piel. Tuve la certeza absoluta de que yo era su hin
–el anciano se quedo pensativo durante unos segundos que aproveché para
preguntarle.
-
¿Pudiste ayudarla?
-
No, lo cierto es que no. He dedicado mi vida a esa búsqueda sin
ningún resultado, ni una simple pista que seguir. Y ahora, cuando mi larga existencia
está a punto de concluir, los mismos Dioses lo han sentado a mi mesa –se volvió
a mirarme y comprendí que se estaba refiriendo a mi. Esa certeza me dejó
helado.
-
No te entiendo, Roidri. Estás equivocado si piensas que ese
descendiente que buscas soy yo. Nunca había oído hablar de los hin, ni puedo
ocuparme de tu promesa hacia aquella mujer. Además, como has dicho al principio,
fue hace muchos años.
-
Cierto, pero ella sigue esperándote.
-
No puedo acudir en su busca, lo siento –me miró sin comprender
mi negativa, asintió con gesto compungido, se levantó y abandonó la mesa. Le
miré mientras se alejaba. Me habría gustado contarle el motivo por el que no
podía ayudarle, pero era un desconocido para mí, y quizá toda esa historia sólo
existiera en su mente. No vi la marca que aseguraba tener en la frente y no
podía arriesgarme a contarle nada.
Arhavir
y Elivyän seguían negociando y regateando con los medianos, que habían extendido
sobre la mesa diversas armas: arcos, espadas, flechas y virotes; algunas
trampas para osos, frasquitos de diferentes colores, vendas y polvos curativos
y un sinfín de pequeñas cosas que no tenía ni idea de para qué servían. Me
alejé de la mesa en dirección al rio, dándole vueltas a la conversación que
acababa de mantener con el anciano. Nunca había oído hablar de los hin, ni
siquiera a la anciana de Telvêrnia. Una duda me asaltó de repente. ¿Por qué me
había hablado de las siete custodias y nunca nombro a Norell de Valthiê ni a los hin?